Le conocí cuando mi cabeza era una bomba de relojería. Le miré desde lejos y rápidamente metí la mano en el bolso en busca de mi móvil y encontré una escusa para quererle. Pasaron los días y hablamos de todo, menos de nosotros. Pasaron otros por mi boca, pero nunca él. Pasaron los meses.
Un viernes cualquiera me encontré perdida, buscando las estrellas que le faltaban al cielo. Y nos encontramos. Y estalló la primavera entre sus brazos.
Lo que comenzó como una escusa, terminó convirtiéndose en cincuenta motivos y en un consejo, no te enamores. Cómo iba a decirle que desde la primera mirada, a mi, ya me ardía el corazón. Mejor callar y hacerse la sueca. Aunque a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Sobrevivimos los meses siguientes a base de besos. Y él, que siempre había puesto una barrera a nuestra relación comenzó a llamarme, a re-llamarme
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